Cuando algo duele, lo primero que pensamos es que algo está dañado. Pero el dolor no siempre significa lesión. De hecho, muchas veces el dolor aparece sin daño real, y otras veces hay daño… sin dolor.
El dolor no es el enemigo
El dolor es una alarma de protección, una señal de tu cerebro para advertirte que algo podría ser peligroso.
Su función es protegerte, no castigarte.
Cuando acercas la mano al fuego, no necesitas pensar: tu cuerpo reacciona antes de quemarse. Eso es el dolor haciendo su trabajo.
El problema no es sentir dolor, sino cuando la alarma sigue sonando sin motivo. Como una alarma que se vuelve demasiado sensible, puede sonar incluso cuando no hay fuego, solo un poco de humo.
Tu cerebro decide cuándo duele
El dolor no viene de los músculos, los huesos o las articulaciones: viene del cerebro.
Tu cuerpo envía información (tensión, temperatura, inflamación…), pero es tu cerebro quien interpreta esos datos y decide si debe encender la alarma o no.
Por eso, tu historia, tus emociones, tu sueño, tu estrés y tus creencias influyen en el dolor tanto como el estado de tus tejidos. Tu cerebro junta todo eso —lo físico, lo emocional, lo social— y crea una respuesta que considera la más segura para ti.
A veces esa respuesta es tensión muscular, fatiga, posturas de protección… o simplemente dolor.
Dolor no es igual a daño
La ciencia lo ha demostrado una y otra vez:
- El 37% de las personas de 20 años sin dolor tienen “degeneración de disco” en la columna.
- Más de la mitad de las personas sin dolor de cadera muestran desgarros o cambios en sus resonancias.
- En deportistas jóvenes, el 96% tiene imágenes “anormales” sin sentir nada.
Entonces, si el daño no siempre duele, y el dolor no siempre refleja daño… ¿qué significa realmente el dolor? Significa que tu sistema está demasiado sensible. Que la alarma suena antes de tiempo.
Por qué la alarma se vuelve hipersensible
Tu sistema nervioso puede aprender a protegerte demasiado. Tras un episodio de dolor, a veces queda hipervigilante, preparado para reaccionar ante el mínimo estímulo. Factores como:
- el estrés,
- la falta de sueño,
- el miedo a moverte,
- o el sedentarismo prolongado,
pueden bajar tu umbral de tolerancia.
Tu “taza” se llena más rápido. Un pequeño movimiento, una postura, una emoción… y la alarma se dispara.
Pero eso no significa que estés frágil. Significa que tu cuerpo aún no se siente seguro.
El cuerpo humano es adaptable
Tu cuerpo puede adaptarse al dolor igual que se adaptó a sentirlo. Si el dolor apareció por una respuesta de protección exagerada, puede desaparecer cuando le enseñas, poco a poco, que ya no hay peligro.
Y ese aprendizaje se logra moviéndote, recuperando confianza y demostrando a tu sistema nervioso que puedes hacerlo sin daño.
Porque no estás roto.
No necesitas que “te acomoden” algo, ni que alguien “devuelva la vértebra a su sitio”. Necesitas recuperar la función, el movimiento y la confianza en tu cuerpo.
En resumen
- El dolor es una alarma protectora, no un medidor de daño.
- Puede persistir aunque el cuerpo ya esté sano.
- Se alimenta de muchos factores: físicos, emocionales, sociales.
- No indica fragilidad: indica sensibilidad.
- Tu cuerpo puede desensibilizarse y adaptarse.
Entender por qué te duele es el primer paso para cambiar la historia con tu cuerpo.
El siguiente paso —“lo que puedes hacer”— es aprender a enseñarle a esa alarma que ya no hay peligro. Y eso se hace a través del movimiento y la acción, no del miedo ni del reposo.